La violencia en el cine: su expresividad, su fetichismo y su lectura

Redacción colectiva

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Fotograma: El Resplandor de Stanley Kubrick. La sangre que emerge proviene de un cementerio indio sobre el cual se ha construído el Hotel Overlook.

 

Candelaria

Mientras que en filmes de entretenimiento la violencia es un mero recurso bufón, algunos cineastas ponen en pantalla este acto para comunicar. Pero comunicar… ¿Qué cosa? Viviendo en una ciudad en la que la violencia no se excluye en ningún lado, que se esconde por detrás nuestro, y habita en nuestras manos, nuestras bocas, ¿Por qué excluirla de la pantalla?

Siendo una meta del artista hacer visible aquello que no miramos, se vuelve de gran interés  develar dónde se esconde el acto de la violencia.

Aunque es el documentalista quien se dedica más fervientemente a la tarea de guiar nuestra mirada a los sucesos que pasamos por alto, pienso en la ficción, que es un terreno más abstracto  en el cual no es sencillo encontrar claramente el mensaje que nos da. El mundo ficcional representa el conflicto, para que con nuestros propios sentidos descubramos el misterio.

Por ejemplo, en aquel plano de “La sangre brota” en el que ella, en defensa al acoso, le arranca la lengua a él de un mordiscón, se dibuja una situación en la que una víctima se convierte en victimaria. Nos da la oportunidad de mirar el abuso que puede recibir alguien y la posibilidad de una respuesta, también violenta.

Si bien habrá miles de otros usos de violencia en pantalla, (entre los cuales está el de entretenimiento o el informativo), me importa resaltar que es posible utilizar las imágenes y sonidos de la violencia como recurso expresivo. Y de esta forma, comunicar la violencia como un patrón que se repite entre las relaciones humanas, y la búsqueda de esta espectacularización  es darle la posibilidad al espectador de reconocer en sus lugares comunes aquello que vio en el cine, y si tenemos suerte, ante el descontento con tal situación de violencia, generar una respuesta, un cambio en su percepción y en su accionar.

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Fotograma: La sangre brota de Pablo Fendrik.

 

Josefina

Concuerdo con Cande en un punto. La violencia sí puede ser expresiva en la medida en que funcione como una cachetada directa al espectador: que lo mueva, que lo indigne, que lo despierte. Pero en mi opinión el telón de fondo siempre debería ser la responsabilidad. Eso no significa que se vuelva un tabú audiovisual ni que deba ser presentada en la justa medida para evitar perder espectadores en el camino. La responsabilidad implica pensar el recurso con una función interpelativa y no como un mero decorado, como una marca registrada de estilo o como un gancho comercial morboso.

Existen muchos directores que se caracterizan por la utilización de la violencia y es interesante pensar cómo la utilizan. Tarantino por ejemplo me cae mal, porque justamente hace uso de ésta de manera irresponsable. Para él, es su marca de estilo personal y pareciera que eso lo llenase de una satisfacción ególatra extraña. Tarantino no sería nada sin la sangre. La exageración extrema acompaña este acto para arrancarle carcajadas a sus espectadores. Pero ¿Qué intención se encuentra detrás? En la mera comicidad y estilo, la violencia se vuelve vacía, se naturaliza, se desproblematiza. Se fetichiza.

Otro que podríamos nombrar es Von Trier. De algún modo, que no puedo aún explicar, disfruto ver sus películas… pero aún me es imposible responder qué es lo que las motiva. Muchos lo tildan de misógino, otros prefieren interpretar sus films como un llamado de atención hacia la violencia que se ejerce hacia la mujer. Yo en un punto me pregunto si sus historias no nacerán de una perversidad, más que de una necesidad discursiva.

Es interesante reconocer que estos dos directores se caracterizan por su soberbia. Como si no tuviesen que darle explicaciones a nadie, arremeten contra el mundo. Como si sus películas fueran un símbolo de rebeldía. Pero ¿Rebeldía hacia qué?

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Fotograma: Los 8 más odiados de Quentin Tarantino.

 

Florencia

Considero que existe algo muy potente en la idea de abordar la violencia con responsabilidad, pero también me pregunto cómo se determinaría un uso responsable de “imágenes violentas”. ¿Optando por no incluir imágenes violentas?, ¿Presentándolas siempre y cuando sean explicadas?. En otras palabras, ¿Cómo puede uno/a, como realizador/a, hacerse cargo de la violencia que una imagen posea?

Bueno, mi opinión, un poco fundada sobre la marcha y apenas desenredándose para intentar armarse, es que todo el tiempo estamos trabajando con la violencia. Hacer imágenes y/o verlas pensándolas, ya puede ser considerado un acto responsable.

Yo creo que es importante tener en cuenta que “la violencia” es una construcción social que refiere, no a un hecho específico, sino a un cúmulo de modos de relaciones que en principio, no estamos dispuestos a aceptar. Por lo tanto, los límites de lo que es implicado (o no) como violento, pueden ser extremadamente variables. Me parece que la mayoría de las imágenes están en constante diálogo con esos límites: pareciera que si algo subyace a cualquier imagen (no sólo por su contenido, sino por el mero hecho de su producción) podría ser un mensaje hacia la violencia, de diversas formas y grados.

Está claro que algunas imágenes son más explícitas que otras, algunas están acompañadas por la explicación o intención de los/as realizadores/as, y otras posiblemente, por su omisión. Pero casi todas las imágenes podrían dialogar con la violencia, porque no creo que sea tanto algo que podamos utilizar, sino algo que nos atraviesa en nuestros esquemas de percepción del mundo (y que, de tener ganas, puede ser buscado y pensado en las narrativas audiovisuales que vemos). En este sentido, el potencial de las imágenes respecto a lo violento, pienso, puede estar dada en mayor medida en la instancia de lectura, porque ahí es cuando, como espectadores, podemos decidir sobre qué pensamos sobre las imágenes, y lo que pretenden sugerir del mundo en el que vivimos, es decir, qué estamos dispuestos a aceptar, y qué no.

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