El funeral del cine

Por Josefina Minolli

vlcsnap-2018-08-14-09h53m45s203Fotograma: Synecdoche, New York de Charlie Kauffman

 

La sala está medianamente llena. Algunos dan vueltas de acá para allá, entre sollozos. Otros se reúnen en una esquina y ríen tímidamente entre anécdota y anécdota –aunque claro, de vez en cuando se asoma una lágrima. “En mis tiempos esto no pasaba” refunfuña un señor calvo, con una boina apretada bajo el brazo. “Mi más sentido pésame”, lamenta con nostalgia arrolladora una señora con la mirada baja.

¿Qué es lo cinematográfico hoy? ¿Acaso es -exclusivamente- un rollo de film en movimiento, transportado por el haz de luz emitido por un proyector, que roza la cabeza de los espectadores en sus butacas, enfrentadas a una pantalla que se encuentra en una sala a oscuras? Sí, eso es el cine y nada más que eso, afirmarían los defensores de lo cinematográfico, empuñando su lapicera -¿o teclado?- para embestir contra los profanos.

Cuando apareció la televisión, el cine tembló un poquito… En la lucha por sobrevivir como medio dominante, la espectacularidad de sus imágenes así como el tamaño de sus pantallas fue en crescendo. Sin embargo, fue verdaderamente un sismo cuando éste se vio obligado a “competir” contra la realidad virtual, la realidad aumentada, los videojuegos, las series web, los microvideos, las plataformas on demand y streaming.  Maldito Netflix. Maldito Steam. Maldito YouTube.

Pero todo esto, ¿es otra cosa? ¿o es cine?

Considerar la sola presencia de imágenes en movimiento como condición suficiente para interpretarse como cine es probablemente erróneo. En especial, si tenemos en cuenta que el nacimiento de éstas no fue de la mano del cine, sino que previamente existían en las experimentaciones pre-cinemáticas -como el zoótropo por ejemplo-. En todo caso, podría decirse que se consolidaron estéticamente gracias a la invención cinematográfica; pero hoy, ya tomaron vuelo propio y no dependen más de ella.

En el contexto de su reciente independencia y “rebeldía”, afirmar que esto supondría una amenaza para el cine quizás peque de ignorar la historia de los medios. En su momento, la fotografía vino a hacer lo que la pintura tenía por obsesión: la representación de la realidad. Viniendonos un poco más hacia el presente, con la introducción del streaming y los servicios on demand, la grilla televisiva y el televisor como electrodoméstico dejaron de ser obligatorios. Y sin embargo, acá estamos: Ninguna de estas amenazas se ha hecho efectiva hasta el punto de aniquilar al medio precedente. Aún tenemos a la pintura. Aún tenemos a la televisión tradicional. Ambos continúan perviviendo y coexistiendo con los nuevos medios, aunque claro, ya no con la misma fuerza que poseían cuando eran una novedad para la sociedad que los acogía.

Me atrevería a decir que esto sucede porque estamos en constante transformación. Así es la cultura humana. Y en ese proceso, es lógico que nuestros modos de expresión y comunicación muten con nosotros. De este modo, surgen nuevas manifestaciones, que no necesariamente son superadoras pero sí traen consigo un cambio. Y, algunas veces, negar ese cambio es abandonarse a un romanticismo nostálgico que es ciego a las oportunidades de lo nuevo.

Particularmente, la imagen en movimiento dejó de ser predominantemente cinematográfica con la introducción de la televisión, el video y más tarde, la computadora -y por ende, su digitalización. A partir de este momento, la imagen dejó de estar confinada al dispositivo cinematográfico, esto es, el proyector, la pantalla gigante y la sala oscura. La imagen se escapó y comenzó a habitar un sinfín de territorios y adquirió diversas formas. Videoblogs, Sketchs, Micros narrativos, Spots Publicitarios, Videoclips, Videominutos, y demás. Curiosamente, en este mismo gesto de liberación del dispositivo, también reformularon su propio lenguaje. Y en este punto, cabe preguntarse qué puede seguir llamándose cine y qué no. Tal vez haya un límite -que no es intrínseco, sino que podemos trazarlo nosotros- en donde podríamos preguntarnos si no estamos ante un nuevo medio -o nuevos medios. Quizás nos recuerden un poco al cine, pero ya no respetan su ontología: ni representan la realidad, ni son proyectados, ni siquiera son necesariamente filmados -pueden ser generados por computadora-, y así podría seguir un largo rato.

Ante esto, me atrevería a decir que la desaparición del cine no es inminente. Las salas a oscuras, las pantallas gigantes, las butacas enfiladas van a continuar existiendo. Al menos por ahora, no hay un funeral posible para el cine, porque el cine no está muerto. Más bien, festejemos el nacer de algo nuevo –que no es el cine ni viene a destruirlo-. No lo neguemos ni lo sepultemos antes de que tenga la posibilidad de nacer y aprender a dar sus primeros pasos.

Bienvenidos sean los nuevos medios.

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