Imágenes para sentir

Por Florencia Macario

     Todos alguna vez escuchamos la frase “Quiero ver una peli para llorar”. Arthur Schopenhauer, uno de los filósofos más ácidos que el mundo pudo albergar, postulaba sin muchos pelos en la lengua que el consuelo más eficaz en todo sufrimiento es volver los ojos hacia los que aún son más desgraciados que uno*. Yo siempre pensé que cuando alguien decía que quería ver una película para llorar, en realidad sólo quería ver una película para sentir. Lo que en última instancia pujaba, era una necesidad o un deseo profundo de conectar con alguna emoción.

     Pero de todas maneras, no vamos a entrar en discusiones psicológicas sobre el deseo de llorar y esas cosas. Me parece más interesante detenernos sobre las narrativas que el cine puede producir en respuesta de esa necesidad -que claramente, no escapa del conocimiento de la industria cinematográfica sino que por el contrario, genera un tipo de discurso en particular-. Pareciera que uno pudiera abrir la lista de películas en plataformas como Netflix y la categoría se desplegaría allí, bajo el membrete de “Cine Sensible”. Las portadas lo anuncian: una persona en silla de ruedas, el rostro de algunos viejitos, hospitales, cárceles, pobres, etc. Lugares comunes del dolor. Atención: si la portada contiene un perro, una persona negra, una Meryl Streep, un Will Smith, y/o una persona con cánula nasal de oxígeno, usted también puede estar frente a una película para llorar. Para más información, googlear “películas para llorar” e incurrir en la enorme variedad de listas propuestas en blogs de cinéfilos. Así de grotescas aparecen las cosas que prometen desprenderle unas lágrimas al espectador y que le advierten la precaución de tener a mano un pañuelo para limpiar sus mocos. Con la misma liviandad con la que describo esa lista imaginaria, se nos intenta convocar como espectadores.

       maxresdefault.jpg                             Fotograma: En busca de la felicidad, de Gabriele Muccino.

 

     Creo que algunas narrativas nos colocan en el lugar de meros consumidores que necesitan ser sensibilizados, pero exclusivamente mientras dure el film. Casi que podrían buscarse dentro de la obra marcas de momentos en los cuales pareciera que los realizadores nos están diciendo “este es el momento de llorar”, “esto tiene que emocionarte”. El resultado de esta lógica se traduce en relatos que reducen o estereotipan experiencias vinculadas dolor -que en la realidad son bastante complejas, como padecimientos, marginalidades, instituciones totales, situaciones límite, etc-. Se nos brinda a los espectadores la posibilidad de acompañar a los personajes en esos procesos, de hacer carne esas experiencias dolorosas, de erizarnos la piel hasta que finalmente expulsemos algunas lágrimas. Es casi como una masturbación al alma, que tiene como clímax la confirmación de que aún somos capaces de sentir.

     Pero hay otro cine en cambio, que apuesta por tomar una postura que yo considero más ética; que supo entender que las representaciones más responsables sobre el dolor no implican un lugar cómodo para el espectador, ni durante, ni después de la película. Es un cine que se hizo cargo de haber entendido que la sensibilidad sin una reorganización de la visión es puro goce ególatra. Hay quienes confían en el cine como un espacio político de transformación, quienes intentan un ejercicio de imágenes capaces de sensibilizar, pero con un abordaje completamente diferente. El propósito de estos realizadores ya no es brindar una obra para que el espectador pueda llorar, sino una película que posibilite la resignificación de algún aspecto de la realidad. En estos casos, los espectadores somos entendidos como sujetos que aceptan comprometerse con la obra como discurso, y dialogar con los sentidos que se ponen en juego en ella. Son invitaciones a chocarnos con nuestras propias ideas. No nos dicen sobre qué emocionarnos, sino que abren nuevas dimensiones para pensar, y así uno puede sentir que algo cambió, que ya no ve de la misma manera. La sensibilidad tuvo lugar en un sentido que puede no requerir lágrimas, pero ser más profundo.

       Sin título.jpg                              Fotograma: Diagnóstico esperanza, de César González.

 

     Como espectadores, podemos pensar entonces en dos cosas cada vez que tengamos ganas de buscar películas para llorar. En primer lugar, que quizás sólo tengamos ganas de llorar, en cuyo caso, yo recomendaría llorar y fijarse por qué se tienen esas ganas (hasta aquí nada tiene que ver con el cine, salvo que se quiera llorar porque llegás tarde al cine a ver una peli que nunca más vas a poder ver, o algo así).

     En segundo lugar, -y aquí está el foco de todo esto- que si lo que se está buscando es en realidad sentir algo, hay un mundo entero que nos apela, y muchísimas imágenes para sentir que no son necesariamente una bruta receta para llorar, sino una posibilidad de mirar a otros con ojos renovados.

 

*Arthur Schopenhauer, Los dolores del mundo.

 

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