El animé: el imaginario japonés como estandarte

Por Josefina Minolli

Anime 1

La tumba de las luciérnagas de Isao Takahata

 

Fue una película de Miyazaki, estoy casi segura. Durante mucho tiempo, consideré que el animé estaba destinado a un público extraño, por no decir ñoño. Le guardaba cierto rechazo que hoy encuentro inexplicable. Hace unos años, me di la oportunidad de sentarme frente a uno, olvidando mis preconceptos anteriormente fundados (o más bien infundados). Era una película de Hayao Miyazaki, estoy casi segura. Mi sentencia anterior se derrumbó. Lo que en un principio puede haberme atraído, fue la belleza de la animación así como la presencia de una creatividad e inventiva totalmente diferentes a la que estaba acostumbrada. Pero mi interés y admiración hacia el género fue creciendo de película en película al descubrir la unicidad que lo caracterizaba. Y es que el animé no podría haber surgido y crecido en otro lado si no fuese en Japón.

Tan singular es esta producción nacional, que alrededor del mundo, es reconocida con su propia palabra de denominación. Me pregunto cuántos géneros cinematográficos más se caracterizarán por lo mismo. Aún más particular, es el hecho de que el estilo de la ilustración nació en el propio territorio, y se ha mantenido como una tradición propia del género, más allá de que cada director o productora lo modifique levemente a su gusto.

Muchas de estas producciones podrían interpretarse como pequeños mapas cartográficos del espacio nacional. Al acercarnos a estas obras, se nos invita a pasear y zambullirnos en ese mundo a través de los diferentes sonidos y postales que emanan del espacio. El constante canto de las cigarras. Las calles angostas y las casas construidas sobre las colinas. Las puertas corredizas y las mesas a la altura del piso. El mar rodeando las ciudades. Los primaverales árboles de cerezo. Los trenes que atraviesan el país. Sus comidas típicas, como el ramen. Las festividades en agradecimiento a sus divinidades. El vestuario tradicional, como la yukata o los uniformes escolares.

Anime 2

La colina de las amapolas de Goro Miyazaki

 

No sólo el espacio audiovisual está configurado alrededor de las características del territorio nipón, sino que sus historias y temáticas están plagadas de vestigios de sus antiguas leyendas, así como de sus preocupaciones y sus valores. Cabe preguntarse si la inventiva y singularidad en la configuración del diseño de sus personajes no habrá nacido de la riqueza de su folclore, cuya historia posee una diversidad de criaturas y espíritus de una gran particularidad. Otro rasgo característico, es la presencia iterativa, sea cual sea la historia, de los espíritus del bosque, quienes defienden a la naturaleza de la codicia del hombre. De la mano de esto, Japón no niega su historia bélica, sino que invita a rememorar los hechos pasados (y a no repetirlos) a partir de una serie de mensajes anti-guerra.

Quizás la presencia impresa de su imaginario proviene del respeto y el orgullo, que siente el pueblo, hacia su propia cultura. La defensa y amor a lo propio, el sostenimiento de un país como estandarte, no puede provenir de otro lado más que de su nacionalismo. El animé ha logrado lo que muchos países no (al menos aún): Vivir del arte, posicionándose como productores de audiovisuales de grandes inversiones, con alcance internacional y con una importante recaudación; sin la necesidad de abandonar no sólo el hacer artístico y la reflexión humana; sino también su cultura, su historia y su identidad.

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Cinco centímetros por segundo de Makoto Shinkai – el nombre refiere a la velocidad en que caen al suelo las flores de cerezo.

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