El cine comercial: una fábrica de ilusiones (y desilusiones)

Por Sol Labuerta

Cuando era adolescente, tenía un televisor en mi pieza. Muchísimos días, a la tardecita, me sentaba en el puff que estaba a los pies de mi cama a ver tele. Todos los Viernes a las 20hs esperaba ansiosa la película que iban a dar por Disney Channel, en “El maravilloso mundo de Disney”. Perdí la cuenta de la cantidad de películas que vi en ese ciclo durante los años de mi adolescencia, pero hoy decanta todo lo que, para bien o mal, quedó en mí de cada una de ellas.

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Imagen de la presentación de Walt Disney Pictures que da comienzo a todas sus películas.
https://www.youtube.com/watch?v=l56XyN19IvQ

De pronto tenía más que claro que los adolescentes luego de terminar la “preparatoria”, tenían que enviar una carta a la universidad a la que quisieran asistir al año siguiente; que el el autobús escolar los pasaría a buscar por la esquina de su casa; que el desayuno típico eran waffles con miel o huevos; y que si iban de campamento, seguramente comerían malvaviscos asados.

Empíricamente, jamás había probado un malvavisco, me iba al colegio sin desayunar, nunca me había tomado un autobús para ir a la escuela porque vivía en un pueblo y no tenía ni la menor idea de qué iba a estudiar. Paradójicamente (o no) decidí estudiar cine.

Así como tenía en claro esas costumbres, también soñaba con vivir en una casa de dos pisos, que tuviera un gran jardín en el frente y árboles enormes. Con una vereda finita cercana a una calle muy ancha, por donde pase alguien en bicicleta por la mañana repartiendo el diario.

Sí, podrá sonar estúpido, pero teniendo todavía ese deseo, me envuelve cierta nostalgia al pensar en un lugar así (que sólo recuerdo por las películas, tan real como si lo hubiera vivido).

A medida que fui creciendo me di cuenta que mi vida no coincidía con la que soñaba cuando era chica. Mi realidad estaba figurativa y literalmente a miles de kilómetros de distancia de esos modos de vida que veía en la pantalla, y no sólo en la pantalla chica del televisor, sino también en la pantalla del cine. Tras esas imágenes espectaculares llenas de colores, el cine comercial me había vendido un paquete de deseos, ilusiones y aspiraciones que poco encajaba con las yo que podía concretar.

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“The Florida Project” (2017), dirigida por Sean Baker.

Crecí y estudié cine. Me hicieron analizar desde otro punto de vista el cine que había consumido durante toda mi vida. Conocí algo increíble: el cine independiente. Me encontré realizando cortometrajes y pensando el cine desde mi entorno cercano. Me encontré con un cine posible, con un cine hecho por mis pares y por mí, que reflejaba nuestras propias inquietudes y realidades. Hoy lo que veo en la pantalla está un poco más cerca de lo que podría pasar a mi alrededor.

El día que vi “The Florida Project” me sentí como esas niñas. Una promesa y una realidad opuesta conviviendo a pocos metros de distancias. Ahí mismo, Disney prometiendo un sueño finalmente inalcanzable, y yo deseando poder hacer al revés; por fin con las herramientas para crear una película, poder concretar mis propios deseos, pensamientos e ilusiones reales en las películas que haré.

¿De qué cine estamos hechos?

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