¿Qué sentido tienen las musas en el cine hoy?

Por Nicolás Aravena.

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Faster, Pussycat! Kill! Kill! (1965). Dirigida por Russ Meyer.

Una musa es un objeto de inspiración y desde ahí partimos muy mal, ya que inmediatamente estamos cosificando una persona. Aunque en este caso, al tratarse de un objeto sagrado (porque provee del motor creativo) podríamos decir que se trata más de una fetichización que ha atravesado las lógicas culturales que alimentan el séptimo arte. Ya lo decía el trovador Ricardo Arjona en alguna de sus nefastas canciones: “Mujeres, lo que nos piden podemos, si no podemos no existe y si no existe lo inventamos por ustedes” (a ver, que levante la mano a quien le gusta Arjona). Ese lugar es el que muchas actrices y figuras de la gran pantalla han pertrechado a punta  de explotación y acoso de algún genio tras la cámara. Pero entonces ¿las chicas sólo están ahí para inspirar a los varones por medio de su “feminidad”? Y en todo caso ¿Cuál “feminidad”? Una muy fotogénica, seguro. ¡Que lata! O sea, si soy mujer, ¿todas mis potencialidades artísticas dentro del cine serán explotadas únicamente si se congracian bajo el amparo de un genio (macho) creador?

Obviamente no. (O quiero creer que se escuchó un rotundo NO después del último texto). Pero lo cierto es que la mirada de la imagen cinematográfica ha sido colonizada por el ojo masculino. No por nada la pornografía sigue siendo un campo demasiado heteronormado a pesar de los intentos de un porno más diversificado y auto reflexivo. Laura Mulvey genera un planteo al respecto en su texto “Placer visual y cine narrativo” estableciendo que la fetichización del cuerpo de la mujer es uno de los principales mecanismos de obtención de placer a través de la mirada. Por fuera de la pornografía, el cine más convencional también se ha alimentado de esta lógica. Por ejemplo, las chicas Bond que figuraron en gran parte de las películas de los sesenta – estelarizadas por el misógino Sean Connery – eran adornos sexualizados que sólo servían para resaltar la virilidad del héroe y la proyección de los espectadores masculinos sobre éste. Tal vez, en estos casos sea más adecuando hablar de íconos sexuales, pero tampoco es un título adecuado para el papel que desempeñaron, siempre muy a la sombra del héroe. La gran excepción sería Ursula Andress y su recordada escena emergiendo de las aguas en una paradisíaca playa, fue todo un hito para la liberación sexual de las mujeres de la época e hizo resaltar al personaje y a la actriz como un secundario femenino fuerte y característico dentro de la saga, lo suficiente como para que la crítica la elogiara al nivel de musa. Parece ser que la gente especializada en cine entiende por musa aquella mujer que usa con sapiencia y talento su capital erótico.

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Ursula Andress en James Bond contra el doctor no (1962). Dirigida por Terence Young.

Lo jodido es que al parecer no basta con el buen trabajo que una actriz realice. La única manera de ser legitimada como musa (por el mundo masculino, recordemos) es realizando un buen trabajo a las órdenes de un mentado director. Para la posteridad, Hitchcock condujo a Tippi Hedren a ser una buena actriz, Diane Keaton le debe mucho a Woddy Allen, Bergman configuro el perfil de Liv Ullman. Algunas de estas parejas vivieron relaciones laborales tormentosas y hasta abusivas. Hoy, después del huracán que generó el movimiento mee too en Hollywood (y en las esferas más criollas del espectáculo también), con la fuerte presencia de la diversidad sexual cuestionando más que nunca los roles de género y el aparente esencialismo de la feminidad y masculinidad, ¿qué sentido tiene una musa? ¿qué busca representar actualmente?

No se me ocurren muchos referentes de musas cotidianas, pero un ejemplo interesante sería el dúo que alguna vez conformaron Scarlett Johansson y Sofía Coppolla. La actriz alimentaba a la directora con su (por ese entonces) joven talento mientras la directora buscaba representar de la mejor forma posible la fotogenia de la actriz. Claro que nadie se atrevía a decir que Johansson era la musa de otra mujer y entonces nace la pregunta por sí sola: ¿Por qué una mujer no puede inspirar a otra? ¿Acaso el término musa se debe restringir a una mera fetichización de lo masculino hacia lo femenino, en donde la inspiración parece entrar más desde el deseo sexual? Y en todo caso, ¿el deseo sexual de una mujer hacia otra estaría restringido?, ¿por qué?, ¿por quiénes?

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Divine en Pink Flamingos (1972). Dirigida por John Waters.

Además, el sólo hecho de feminizar el concepto ya es bastante ridículo. ¿Acaso una mujer trans no puede ser una musa? El caso de Daniela Vega, la galardonada actriz de “Una mujer fantástica” empieza a hacernos cuestionar esos parámetros heteronormativos y esencialistas con respecto a las identidades. Y aquí siempre es bueno recordar a Simone  de Beauvoir y su paradigmática frase: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Pero podemos ir a lugares mucho más heterodoxos; una musa bien podría ser el Dr. Frank-N-Furter, el bizarro y transexual personaje del musical “The rocky horror pictures” que generó una estética que nadie podría negar que ha repercutido en el imaginario de la cultura popular. O qué me dicen de Divine, la protagonista de “Pink Flamingos”, una musa que escapa a cualquier convención de imagen cinematográfica posible, y que juega con lo queer y lo grotesco a partes iguales, manifestando desde ese lugar su propia identidad y estamento. Creo que para eso deberían servir las musas: para inspirar y potenciar a otras (no sólo mujeres cis) a adoptar actitudes de empoderamiento ante la vida.

Entonces hoy en día, cuando ya no suenan nombres estelares de directores con tanta fuerza – como en otras épocas más machistas y más doradas del cine – y cuando las féminas están más decididas que nunca a meterle a Arjona sus metáforas por el ojete, me parece propicio que cada una busque sus modelos de inspiración, sus propias musas. Aquellas que con su trabajo, su actitud, su uso inteligente del capital erótico y un discurso (en lo posible) coherente a sus personajes, puedan generar una representación capaz de inspirar a las espectadoras a una autonomía de género, y no sólo sean otra proyección de los deseos sexuales de un productor o directorcillo.-

*Nicolás Aravena también escribe en el blogdeperrachica.blogspot.com

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